Praxis en América Latina

Somos una organización humanista marxista conformada por un grupo de activistas-pensador@s que viven principalmente en México, pero que están abiert@s a la colaboración con compañer@s de toda América Latina

Tiempo de viaje (poema)

J.G.F. Héctor

A Ángeles

Hay un letrero a la entrada del camino

que ha puesto el joven estudiante de química

para mostrarnos los rellanos del sendero.

Estamos listos para el ascenso…


Primera puerta

Subimos hacia el reino de las piedras y las flores

por una vereda serpenteante entre rocas y declives,

hacia el lugar donde moran las águilas;

otra (o) que ha recorrido antes este camino

va delante de nosotros, mas no podemos verla (o):

sólo a su sombra, que se alarga en cada vuelta

oblicua de la montaña en este sol de mediodía;

llegamos a una cueva, y la cueva me llama;

entona cantos maternales, pero quiere engullirme,

mas yo toco su tierra y conecto con sus entrañas,

le pido permiso para seguir adelante, y ella me acepta;

su aire no es fuego, sino frío polvo,

humarolas de copal que tú quemas entretanto

al exterior de la cueva, esperando mi regreso;

el caminante que viene bajando de la cima

nos devuelve a la historia, y proseguimos;

las últimas rocas del ascenso son las más escarpadas,

y ardientes, pero ya podemos ver el campo que lo corona,

su vaivén de flores y madera, sus vientos acompasados;

nos sentamos a descansar a la orilla de su terraza.


Segunda puerta

Hemos entrado ahora en el reino de las aguas y los pantanos,

de los anfibios, de los murciélagos y seres reptantes,

y vamos remando en una canoa impulsada por tres cocodrilos;

sobre una empinada, un rebaño de vacas observa nuestro trayecto,

y llegamos por fin al afluente del río;

dejamos nuestros remos, y nos internamos en un bosque de árboles cenizos,

troncos de color cobre, ramas que amenazan con impedir nuestro paso,

pero en cambio lo facilitan, y llegamos así al origen del agua,

donde cruzamos descalzos un arroyo para sentarnos sobre una roca soleada,

aquí, a cientos de kilómetros de altura,

lejos de la peste que carcome las faldas de la montaña;

no podemos quedarnos en este sitio, pues sabemos desde antes la necesidad del regreso;

se está tan bien aquí, cerca del sol, de las águilas,

pero nuestro lugar es allá abajo, cerca del fuego,

que comienza ya a encenderse como presagio de revolución venidera.

Contigo de la mano, estoy listo para emprender el descenso…


Tercera puerta

Sobre las ruinas de un dique roto,

decenas de mujeres, hombres y niños

celebran un día de campo en espera de la lluvia;

una turbina desolada, una máquina moribunda

chapotean bajo un puente donde un perro y un niño

pescan reflejos enturbiados bajo un cielo de azul sepia;

éste será el último avistamiento de seres mortales

antes de adentrarnos en el follaje donde se angosta el camino,

donde los murmullos de insectos se convierten de pronto en seres oscuros,

en ojos fulgurantes; caigo de súbito en una cascada

que me quiere tragar entre sus piernas,

me ahoga con su espuma, me resquebraja en mil espejos;

estoy de vuelta en el vientre, y me sofoco,

un aire de fuego amenaza con destruirme si me levanto,

si hago que mis manos dejen de tocar la superficie,

si nazco…

estoy de vuelta en el peñasco desde donde veíamos la cascada,

y tú estás ahí, y me sonríes,

y juntos terminamos de bajar por la escalera de roca

que ha de llevarnos una vez más a la tierra, a las raíces;

sus aguas fluyen mansas junto a un campo y una choza

donde crecen hongos, amapolas exuberantes y floripondios,

y el humo sale de la chimenea, entre olores de savia,

y tarde azulada, y heno, y jengibre;

nos lavamos las manos y la cara en el río,

y esta vez no tengo que alejar la mirada;

esta vez puedo contemplarme a mí mismo,

reconocer mi hermosura, y la tuya,

y la de todos los que se han bañado en este río

de aguas profundísimas, subterráneas;

sellamos la tarde con un beso,

y las estrellas caen sobre nuestros hombros

fugaces entre una marejada de rocío.


Cuarta puerta

La puerta de la casa de la mujer sabia

está resguardada por jaguares, y serpientes, y monos araña;

en sus huertos crecen acelgas, jitomates y arúgula;

le damos a cambio lo que nosotros traemos

y ella nos enseña el dibujo de las constelaciones,

las lunas espirales que bajan a la tierra

con aire de montaña y graznido de aves nocturnales;

más allá, si seguimos el sonido del agua,

veremos las primeras fogatas que se encienden en la noche:

son jóvenes que bailan al compás de la luna,

a pesar de la imposición del toque de queda, de los ejércitos;

ellos celebran la voluntad, la rebeldía,

y preparan batallones para escapar de este encierro de siglos,

entre rejas plateadas que los contienen a unos pasos del río;

más allá, ya se ven las primeras casas del pueblo

iluminadas por el farol del viejo alquimista,

que sube cada noche a la montaña,

Espíritu de la comunidad, saber que se sabe a sí mismo.


Un auto nos lleva de vuelta a la boca de la serpiente

que nos pasa por su garganta de cielos azules y conejos,

y nos sumerge en el fondo de la tierra;

una adivina con alas de pájaro marino

ya nos lo había mostrado en tu mano:

éste ha sido un viaje inmemorable.

Ciudad de México, a 31 de marzo de 2020

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