Praxis en América Latina

Somos una organización humanista marxista conformada por un grupo de activistas-pensador@s que viven principalmente en México, pero que están abiert@s a la colaboración con compañer@s de toda América Latina

La doble jornada de las mujeres de San Quintín

Gisela Espinosa Damián y Mujeres en Defensa de la Mujer A.C.

(Del libro Vivir para el surco. Trabajo y derechos en el Valle de San Quintín. México: UAM-Xochimilco, 2017, pp. 59-64)

El trabajo jornalero es actividad humana, energía aplicada al cultivo de la tierra para producir alimentos que en principio pertenecen a los patrones. A cambio del trabajo en los campos, los patrones pagan un salario, pero no basta el salario para que la gente viva y reponga la fuerza de trabajo consumida en el campo. Son necesarias un conjunto de tareas orientadas al bienestar de la familia, como preparar alimentos y lavar la ropa; cuidar de niñas y niños, adultos mayores, enfermos; arreglar el hogar para que sea una morada adecuada para el descanso, la convivencia, la protección. Tareas reproductivas y de cuidado (llamadas así para diferenciarlas del trabajo productivo asalariado), que la sociedad y la familia han asignado a las mujeres. Aunque ellas se preocupen por el bienestar de sus seres queridos y consuman tiempo y energía en el hogar, como no generan ingresos monetarios ni están bajo el mando de un patrón, esas tareas no se reconocen como trabajo, son “trabajo fantasma” que se devalúa frente al trabajo asalariado.

La jerárquica relación entre el trabajo productivo y el salario con el devaluado trabajo reproductivo de las mujeres, lleva a afirmar que vivimos en un sistema capitalista patriarcal que no sólo explota y somete a sus asalariados y asalariadas, sino a las mujeres que están en casa.

La doble jornada de las jornaleras: una en el campo y otra en el hogar, produce mucho estrés, cansancio y una fuerte sensación de que el tiempo no alcanza, es decir, pobreza de tiempo. Y si éste no alcanza, se sacrifica el descanso y la recreación, la convivencia, las relaciones amistosas y amorosas; se prioriza el trabajar y… seguir trabajando, no hay posibilidad de florecer y realizarse como seres humanos:

Dan las tres de la mañana, me levanto […] me preparo […] para hacer las tortillas, la comida. Y ya envuelvo el lonche [para los hijos que van a la escuela] y, pues, me voy a cambiar, a poner la ropa de trabajo. Y a las cinco ya estoy esperando el camión […] me voy al trabajo. Ahí [a la entrada del rancho], ahí estoy esperando hasta que ya dan las seis y media [y] a veces hasta noche […] depende si es pizca [trabajo a destajo] o “por día” [trabajo por tiempo], ya salimos. Llego a la casa [y si] los que fueron a la escuela ya limpiaron ¡qué bueno!, si no, pues hay que lavar los trastes o un poco de ropa y hay que hacer cena, bañarse para el otro día (Isabel Avendaño Pérez).

Las jornaleras tienen una larga doble jornada sin descanso alguno.

—¿Cuántas personas dependen de tu trabajo?
 — Mi hija y un hijo. Son dos y mis papás que están mayores.
—¿Cómo te organizas para el trabajo del hogar?
—Pues ahora sí que no me organizo, hago lo que puedo, me levanto, ya sé que a tales horas, a las tres o cuatro de la mañana, me tengo que levantar con tiempo porque no quiero andar a la carrera. Agarro mi rutina, por decir, calculo mi hora, unos 15 minutos para dejar mi niña y organizar sus cosas, ya sé que en unos cuarenta y cinco minutos tiene que quedar. Más o menos como a las cinco y media tendría que tener todo eso […] Del diario, ajá, del diario.
—¿A qué hora te acuestas?
—No tengo horario, me puede llegar un familiar o algún imprevisto, me puedo dormir diez, once, pero más o menos a las nueve.
—¿Alguien te apoya en los quehaceres del hogar?
—Me apoya mi compañero pues, mi esposo, me apoya en lo que él puede también, por lo mismo de las horas de trabajo, y mi niña pues también hace lo que puede, de acuerdo a su edad también.
—¿Problemas?
—Pues ora sí que el cansancio, sí, el cansancio (Jésica Luna).

En el Valle es común que, para entrar a trabajar a las siete de la mañana, las mujeres se levanten tres o cuatro horas antes. El reloj jornalero violenta su reloj biológico. La prioridad es llegar puntualmente al rancho… Ni tiempo de organizarse: “hago lo que puedo”, dice Jésica, y sin dudar identifica el cansancio como un problema principal.

 —¿A cuántas personas mantienes?
 —Somos tres trabajadoras, y todas, las tres contamos con la familia de siete.
—¿Cómo te organizas para tu trabajo? ¿Te organizas con tu pareja?
—No tengo pareja, no está aquí, ya me dejó, se fue pa’llá, pa’ Estados Unidos.
—Ah… ¿A qué horas te levantas, a qué hora te acuestas?
—Me levanto a las tres y media […] me duermo como a las siete y cuando es domingo me duermo a las diez, las once […] muy en veces mi mama se levanta a hacer un taco de los tres, somos tres cocinas. Ya nomás me grita, me levanto, me cambio, como a las cuatro cuarenta, ya me cambio, me peino, me pongo un pañuelo, me voy y me subo al camión. El camión vive al lado de mi casa, se paran ahí y como a las 4:58, a las 5 ya llegó, me subo (Rocío de Jesús Martínez).

A las 4:58 am, precisión impensable en la vida campesina del Sur. Tiempos fatales. Rocío madruga y para despertar a tiempo se mete a la cama a las siete de la noche, cuando una persona adulta normalmente sigue en vigilia. La jornada laboral implica restar horas-convivencia, horas-cocina, horas-lectura, horas-sueño. Hay que restar vida para estar a las 4:58 en punto esperando el camión. Rocío deja ver que, en aquel valle, la intensa movilidad laboral propicia la unión y la disolución de parejas y familias. [Mi pareja] “ya me dejó”, dice, y retorna al hogar materno. Entre las tres y cuatro de la mañana, todos los hogares del Valle están despiertos, el trajinar gira en torno a la jornada laboral. Para los hombres es distinto.

—Somos cuatro de familia. [En la casa] nos ayudamos y a veces ella sola (ríe)… eh sí, la verdad es que sí, pa’ qué le digo que le ayudo [ríe] Es que a veces da flojera. Sí, sí, sería muy bueno [ayudarle].
—Porque ella trabaja… ¿A qué hora se levantan para hacer lo que tienen que hacer antes de ir a trabajar?
—Ella se levanta a las cuatro de la mañana. El camión pasa a veces faltando diez pa’ las seis o a veces a las seis pasa. Pues aquí salimos a las cuatro del trabajo y vamos llegando ‘las cinco. A vece’ […] tenemos en qué entretenernos mirando la tele, ¿no? Nos dormimos a veces las diez, las once y cuando no, pues las ocho, las nueve. Nos estamos durmiendo a esa hora pa’ estar listo pa’l otro día pues. Sí, porque si no, a vece’ nos gana el sueño y no va uno, no va uno a trabajar (Prudencio Martínez Ramírez).

 Sin duda, la jornada de Prudencio es agotadora, pero es claro que la de su compañera lo es más. Ambos destinan trece horas al trabajo asalariado contando el tiempo de transporte, la jornada en campo y el retorno. Salen antes de la seis de la mañana y a las cinco de la tarde vuelven a pisar su hogar. Pero ella continúa: arreglar la casa, proveerse de víveres, lavar la ropa, cocinar… de tres a cinco horas más para reproducir la vida. La jornada hogareña se realiza en condiciones precarias, escasez de agua, de infraestructura doméstica y aparatos electrodomésticos, incluso falta o falla la energía eléctrica, por todo ello es una jornada más pesada que en otros medios sociales. Doble jornada femenina:

—¿Y cómo te organizas en tu hogar para hacer el trabajo?
—Pues ahí nos ayudamos porque pues andamos los dos trabajando y pues entre los dos hacemos algo…
—¿Cómo se reparten el trabajo, por ejemplo quién lava los trastes, quién hace la comida, quién tiende la cama, quién lava la ropa o así?—Ah no, en eso sí yo lo hago sola.
—¿Y en qué te ayuda tu pareja?
—Pues nada más en el trabajo, en el trabajo del campo, él nomás me ayuda ahí, cuando no me rinde y me quedo, me ayuda, pero ya la casa, de ahí yo me encargo (Verónica Herrera Tixta).

Miles de jornaleras viven lo mismo. Quizá la mayoría cree que el trabajo del hogar y el cuidado de la familia son cosas de mujeres, de modo que no perciben desigualdades de género ni exigen participación de los varones en las tareas reproductivas.

—En la casa, a veces pues me ayudan mis hijos, mi hijo el más grande, a veces le digo: “Tienes que ayudarme a lavar los trastes en lo que estoy preparando la comida”, o a veces le digo al otro niño que es el de doce años que tiene que limpiar, o al niño más chiquito que tiene que recoger la basura o darle de comer a los perritos, en lo que yo ya estoy haciendo la cena […] vengo cansada del trabajo y tengo que bañarme rápido y ellos tienen que hacer esto y el otro, nos repartimos el trabajo más que nada, igual mi esposo a veces me ayuda a cocinar y así nos repartimos el trabajo.
—¿Algún problema en el hogar?
—Primero [no querían colaborar], ya se fueron acostumbrando y ellos también ven, cómo les hablo, cómo les digo, les hago saber que yo vengo cansada, que tienen que ayudarme […] les digo: “Échenle ganas a la escuela para que no terminen como yo”. Siempre les pongo el ejemplo de que yo voy a trabajar, que es cansado y luego pa’ lo que nos pagan, es muy mal pagado, luego mucha hora de trabajo: “Y yo no quiero verte así” […] “¡Ayúdame a lavar los trastes! ¡Apúrate!” y sí me ayudan mucho, son muy buenos niños.
—¿A qué hora te levantas y te acuestas a dormir?
—Me levanto a las cuatro de la mañana, me acuesto ya muy tardecito [al niño más chiquito] tengo que dejarle todo listo, sus zapatos, el uniforme, la mochila y arrancamos temprano porque luego no nos da tiempo, tengo que llevarlo. Mi día de trabajo es muy cansado, es cansado porque son muchas horas de trabajo, llegar muy presionada porque tengo que hacer todo y aunque mis hijos me ayudan no es lo mismo que les deje a ellos que hagan todo, porque a veces tienen tarea o tienen que hacer otras actividades y yo los entiendo, y pues tengo que hacer el trabajo y sí es un poquito desgastante, es muy pesado trabajar y llegar y atender la casa y al otro día otra vez (Teresa García Ramírez).

Teresa echa mano de todas sus energías para cumplir su doble jornada, “es un poquito desgastante”, dice, y piensa como “ayuda” para ella el trabajo doméstico de sus hijos. Pero deja ver que en este Valle jornalero el viejo orden de género está cambiando, empieza a redistribuirse el trabajo doméstico y a pensarse de otra forma el papel de madres e hijos, de mujeres y varones.

 —Sí, a veces voy a recoger a mi niña. A veces, aquí, ahorita hay agua, hay veces que no hay agua, entonces, que el tinaco está hasta allá y […] agarro mi cubeta y acarreo y ayudo. No quiere decir por eso que voy a ser “mandilón”. Agarro la escoba y ¡no digo que no!, voy a barrer, simplemente a ayudar en lo que puedo. Sí. No me perjudica. Y si mi esposa me dice: “¿Sabes qué? me vas a ayudar a esto, o me hace falta algo, corre pa’la tienda”, vas porque no sabes cuándo se te va acabar el gas. Si mi esposa dice: “¿Sabes qué? tengo junta a las cinco…” Pues yo voy a la junta, ella se queda. O, a veces, tomamos acuerdos, puede ir ella, yo tengo otras cosas que hacer. Y así es como nos ayudamos, mutuamente, entre ella y yo.
 —¿A qué horas se levanta?
— Pues, temprano, a las cuatro, cuatro y media ya listo, ayudo a envolver el lonche cuando se puede […] O preparo mi café. Simplemente con eso ya es ganancia. Sí, preparo el café (Pedro Flores).

De Praxis en América Latina núm. 29. diciembre de 2019-enero de 2020

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