Praxis en América Latina

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ENSAYO: Socialismo y liberación de las mujeres

Mujeres egipcias protestan contra el dictador Mubarak en 2011. Foto de Cleopatraknows.wordpress.com.

Terry Moon

Traducción del ensayo “What is Socialism? Socialism and Women´s Liberation”, publicado originalmente en News & Letters, julio-agosto de 2019.

El violento ataque contra el derecho de las mujeres a controlar nuestros cuerpos, contra los inmigrantes, las personas de color, LGBTI+ (lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, intersexuales y otr@s) y los pobres hace que la discusión sobre “el socialismo y la liberación de las mujeres” sea más relevante que nunca. Esto es así porque el capitalismo les ha fallado a las mujeres en términos económicos—lo que los simpatizantes del capitalismo presumen es lo que éste hace mejor—y en todas las formas posibles. Desde el pago desigual, que es peor para las mujeres de color que para las blancas; hasta cómo la tasa de mortalidad materna en Estados Unidos se ha más que duplicado hasta 21.5 por cada 100 mil nacimientos vivos de 2000 a 2014, con las mujeres de color siendo las más susceptibles a morir; hasta las aproximadamente tres mujeres en Estados Unidos que son asesinadas al día por hombres que dicen amarlas, y hasta la vergonzosa politización del cuidado a la salud, el capitalismo ha sido una causa, no una solución.

¿Es el “socialismo” de alguna forma mejor para las mujeres? ¿Cómo les va a las mujeres en el socialismo?

Para responder esto, no podemos mirar a Rusia, China, Cuba, etc. Estos países no son y nunca fueron socialistas; no son “socialistas de Estado”, son sociedades capitalistas de Estado, en su mayoría totalitarias, y las necesidades del capital las gobiernan. A las mujeres en estos países no les va mejor que a las mujeres en Estados Unidos, y a menudo peor. Para ver la promesa del socialismo, debemos mirar a las pocas veces en que las mujeres han creado la libertad para forjar su visión de una sociedad libre. Estos momentos ocurren durante y después de las revoluciones, antes de que éstas se conviertan en su opuesto.

La Revolución rusa de 1917 reveló cuán ambiciosos eran los planes de las mujeres para una nueva sociedad. Mujeres líderes como Aleksandra Kollontai estaban tan ansiosas por construir un movimiento independiente de liberación de las mujeres que propusieron que el primer Congreso de Mujeres de Toda Rusia comenzara sólo cinco días después de cuando los bolcheviques planeaban tomar el poder. Las complicaciones de la revolución pospusieron ese encuentro hasta el año siguiente, cuando mil mujeres, en su mayoría trabajadoras y campesinas, se metieron a la fuerza a un salón donde sólo se esperaban 300. Para 1919, las mujeres habían formado el Jenotdel (sección o departamento de mujeres). Mientras que los hombres del partido, excepto por Lenin, querían limitar su rol a traer mujeres al partido, éstas querían hacer mucho más y hacerlo autónomamente.

La hostilidad al Jenotdel no estaba limitada a hombres fuera del partido cuyas esposas e hijas comenzaron a exigir libertad. Después de la muerte de Lenin, Stalin se movió tan rápido como pudo para destruirlo. La destrucción del Jenotdel no estuvo separada de la destrucción de la revolución en su conjunto. Para 1930 estaba disuelto; ese mismo año el eslogan oficial para el Día Internacional de la Mujer se volvió “100% colectivización[1]”.

Uno de los más grandes ejemplos de lo que las mujeres crearon en el proceso de la revolución es la Comuna de París de 1871. Allí, mujeres como Louise Michel transformaron completamente el sistema educativo, educando a niñas y niños juntos, tomando clases en el exterior de modo que los niños pudieran tener aire fresco, trayendo la naturaleza, la música y la poesía a los salones y echando al clero de la educación de modo que los niños pudieran aprender la verdad, no dogmas. Hombres y mujeres eran pagados por igual, trabajaban juntos, tomaban decisiones sobre lo que debía ser producido, cómo sería producido y cómo distribuido. Se reunían cada noche para tomar estas decisiones, y todo el tiempo las mujeres estaban luchando para ser iguales que los hombres en todas las tareas, incluyendo en las barricadas.

En nuestra época, las mujeres en la Primavera Árabe participaron en todas las luchas, y todavía lo hacen, como se ve en Sudán y Argelia hoy. En Egipto, las mujeres en la Plaza Tahrir en 2011 se hicieron notar a sí mismas como peleadoras revolucionarias, y muchas dijeron que por primera vez sentían que los hombres en la plaza las estaban tratando como seres humanos. El primer paso de la contrarrevolución fue atacar físicamente a las mujeres en la Plaza Tahrir en un intento por dividir al movimiento.

Lo que las mujeres fueron capaces de crear en los breves espacios creados por las revoluciones nos muestran lo que es posible. ¿Es esto “socialismo”? Son los comienzos de una nueva sociedad llena de potencial, lo cual revela lo que Marx llamó “el afán de universalidad” y la alegría de estar “en el movimiento absoluto del devenir”.

 ¿En qué forma necesitamos a otro ser humano?

 En sus Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Marx dejó en claro que, para él, la relación del hombre con la mujer era la medida de cuán libre se ha vuelto una sociedad, o de cuán lejos necesitaba ir aún. Dijo que sabríamos que la sociedad ha avanzado a una nueva etapa “cuando otro ser humano sea necesitado como ser humano”. Raya Dunayevskaya profundizó esto diciendo que lo que esto implica también es cuán profunda y total tiene que ser la revolución.

Lo que ha enturbiado la cuestión del socialismo y la liberación de las mujeres es algo que Dunayevskaya señaló en Rosa Luxemburgo, la liberación femenina y la filosofía marxista de la revolución: “[…] el error más grave, no sólo de las feministas burguesas sino de las socialistas, es que […] sobre todo, han ayudado a aquellos hombres que han tratado de reducir a Marx a una sola disciplina, sea como economista, filósofo, antropólogo o ‘estratega político’”.

La mayoría de las teóricas feministas leen a Karl Marx no para descubrir lo que él desarrolló, sino para ver lo que dejó fuera. Marx es atacado por no ser feminista, por estar sólo interesado en los trabajadores —como si las mujeres no hubieran sido siempre trabajadores—, o bien insisten en que sólo se ocupó del capitalismo y no del patriarcado, por lo que debe ser complementado. A menudo, esa complementación tuerce o malinterpreta las categorías de Marx.

Alison M. Jaggar es un ejemplo de una teórica feminista que interpreta a Marx de forma estrecha. A pesar de que su libro Feminist Politics and Human Nature (Política feminista y naturaleza humana) fue escrito hace muchos años, es una de las discusiones feministas más serias sobre Marx y un ejemplo de la visión mutilada de Marx que todavía es presentada hoy.

Jaggar critica a los marxistas —y no hace distinción entre los marxistas post-Marx y Marx— por teorizar que, “una vez que las mujeres están plenamente integradas al trabajo asalariado, no hay base material para la específica opresión de género sobre las mujeres” (p. 223). Pero ésta no era la idea de Marx.

En un párrafo muy calumniado, Marx escribe: “la gran industria, al asignar a las mujeres, los adolescentes y los niños de uno u otro sexo, fuera de la esfera doméstica, un papel decisivo en los procesos socialmente organizados de la producción, crea el nuevo fundamento económico en que descansará una forma superior de la familia y de la relación entre ambos sexos” [El capital. 24 ed. México: Siglo XXI, 2008. Vol. I, p. 596].

Jaggar, como muchas otras, interpreta esto como si Marx pensara que “la participación de todos en la producción pública” acabará con “la opresión de un grupo por otro” (p. 225). Ella correctamente critica esto porque sabe que la opresión de las mujeres no está sólo vinculada al espacio de trabajo, y que la libertad para las mujeres “requiere de una transformación muchísimo más total de nuestra sociedad y de nosotros mismos […]” (p. 389).

Transformando las relaciones humanas

 Lo que Jaggar pierde de vista es lo que Marx dice en el mismísimo párrafo siguiente: que “en su forma espontáneamente brutal, capitalista”, el ingreso de las mujeres a la fuerza laboral no puede ser otra cosa que “una fuente pestífera de corrupción y esclavitud”. Obviamente, Marx no estaba diciendo que todo lo que las mujeres tienen que hacer es trabajar; más bien, la sociedad entera debe ser transformada de modo que la forma en que producimos cosas se realice de una manera liberadora.

Marx no está diciendo que trabajar fuera del hogar equivalía al socialismo o al fin de la opresión a las mujeres. En cada tema que tocaba, ya fueran la producción, la antropología o la historia, Marx siempre estaba buscando cómo eran cambiadas las relaciones humanas. Éste fue su centro de atención, porque él siempre estaba tratando de desarrollar la creación de una nueva sociedad construida sobre relaciones nuevas, humanas, en vez de alienadas[2].

Una teórica feminista actualmente popular, Silvia Federici, trató de crear una teoría alternativa sobre la “reproducción social” argumentando que tener hijos y criarlos es un trabajo similar al trabajo productor de valor que Marx presentó como el sello distintivo del capitalismo. Federici propone que el rol de las mujeres en la reproducción es más importante que el trabajo fabril porque la mujer está creando y criando a la próxima generación de trabajadores, y está por tanto produciendo la mercancía más importante, la fuerza de trabajo.

Esto tuerce la categoría de Marx de “reproducción” en el sentido de cómo el capitalismo se reproduce a sí mismo, mientras que para Federici significa reproducción de niños.

Al especificar cómo funciona el capitalismo y qué tipo de trabajo valora éste, Marx no hace juicios de valor. No dice que lo que los obreros hacen es más importante que lo que hacen las mujeres. Lo que sí hace es mostrar cómo funciona el capitalismo y cómo se reproduce a sí mismo. El capital subordina la reproducción de los seres humanos a su propia reproducción, y no viceversa.

La reproducción del capital consiste en la producción por la producción misma, la acumulación del capital, y al mismo tiempo en reproducir las relaciones sociales explotadoras que definen a la sociedad capitalista. Para comprender esto, uno tiene que entender cómo el capitalismo reproduce la enajenación—la cosificación de los seres humanos—en lugar de liberar a las personas.

Las relaciones capitalistas convierten al ser humano en una cosa y hacen a las cosas—las mercancías—el núcleo de la vida. Si bien no hay duda de que la opresión de las mujeres precedió al capitalismo, la objetificación de todos aquellos que trabajan y crean valores impacta tanto a las mujeres como a la gente de color y a otros. Terminar con ese tipo de objetificación tendrá consecuencias significativas en nuestra tarea de crear un nuevo mundo humano y de combatir la objetificación de las mujeres y otros, la cual parece permear a la sociedad.

Uno de los sellos distintivos del capitalismo es la ley del valor, en donde el valor está determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario. Una forma en que ésta se manifiesta es el impulso hacia la máxima producción por parte de la trabajadora y el mínimo pago para ella.

Esto también genera sublevación. Si vemos la dialéctica como un desarrollo a través de la contradicción, entonces reconoceremos que aquellas mujeres en Rusia que participaron en el Jenotdel, las mujeres en la Comuna de París y en la Primavera Árabe estaban luchando no sólo por sus derechos como trabajadoras, sino también por la libertad de las mujeres. El “afán de universalidad” que Marx señaló se revela en cómo las mujeres y otros luchan como seres humanos enteros. Una mujer trabajadora afro lucha por todos sus derechos al mismo tiempo: no es afro un día, trabajadora otro y mujer al tercero. Ésta es otra razón por la que la revolución debe ser total desde el inicio. Peleamos como quienes somos y como en quienes nos queremos convertir.

Esta rebeldía—suscitada por vivir en una sociedad sexista, racista, homofóbica y antiinmigrante—arroja una nueva luz sobre todo tipo de cuestiones, incluyendo el “trabajo reproductivo” y cuán profunda debe ser la transformación. No sólo todas las relaciones humanas tienen que ser transformadas y volverse realmente humanas, sino que también el trabajo tiene que ser algo totalmente diferente. En vez de la monotonía reductora de vida que es el trabajo hoy para muchos en todo el mundo, Marx planteó lo que éste podía ser en una nueva sociedad: “la primera necesidad vital”.

La revolución, total desde el inicio

En El capital, Marx no se extendió sobre lo que la nueva sociedad había de ser. Sí encontró al sujeto que derrocaría a la actual—trabajadores, hombres y mujeres—porque la conoce mejor, porque es quien experimenta su brutalidad y alienación de primera mano y porque está en un lugar clave, el punto de la producción. No sólo se enajena de los trabajadores lo que ellos producen, sino la mismísima forma en que producen: lo que hacen con sus propios cuerpos en el acto de crear mercancías también les es alienado. Para derrocar al capitalismo, entonces, los trabajadores son vitales, tal como las mujeres son vitales en ponerle un fin al sexismo y la gente de color en acabar con el racismo. Esto es parte de lo que Dunayevskaya quiso decir cuando afirmó que la opresión de las mujeres nos muestra cuán profunda y total se tiene que volver la revolución.

Evidentemente, para Marx y para la liberación de las mujeres el socialismo no puede ser un simple cambio en quién está dirigiendo un país o incluso en quién posee sus recursos. La meta de la revolución no puede detenerse al deshacerse de tiranos como Trump, Putin, Viktor Orbán, Rodrigo Duterte o Xi Jinping, todos los cuales, no por coincidencia, tratan de aplastar las luchas de las mujeres por romper con los roles tradicionales y liberarse a sí mismas. Éste es sólo el comienzo.

Ésta es la razón por la que el humanismo marxista ha estado enfatizando el concepto de Marx de “revolución en permanencia”, porque la historia ha mostrado la insuficiencia de que la revolución se detenga en el mero derrocamiento de un gobierno. La revolución debe volverse permanente para que todas las relaciones humanas sean transformadas en el proceso. No puede haber una receta para el socialismo. Será lo que nosotros hagamos de él.

De Praxis en América Latina núm. 27, agosto-septiembre de 2019


[1] Terry Moon. “Women and the 1917 Russian Revolution”. News & Letters, Nov. 1987.

[2] Terry Moon. “Is Marx’s Capital about women’s freedom?” News & Letters, May, 1999.

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